viernes, 22 de enero de 2010

Se va a cagar la perra!!

Coyhaique quedó atrás. A mi espalda quedó, con toda su planta de gran capitán el Mckay; quieto, contemplando, esperando quizá a los próximos viajeros. Los días en Cerro Castillo pasaron sin penas ni glorias. De la misma forma que pasa un árbol en la carretera. Una jauría de perros, de repente, irrumpieron la tranquilidad de los prados. Acompañaban a un cazador sin rebaño, a un curado sin botella pero de aspecto lamentable. Mezcla de gaucho y vagabundo que por un momento pensé que nos iba a disparar. Conversamos cuatro palabras tensas, supongo que por los dos cañones que se movían sin rumbo entre mi estómago y el de Anna; finalmente la pequeña conversación concluyó cuando me pidió un cigarro y se lo ofrecí. Cada uno siguió con su camino.


Nunca nadie dijo que fuera fácil y el tiempo en la Patagonia acompañó a estas palabras. Sopló el viento rugiente del Pacífico que, como mínimo, sirvió para apartar las nubes y dejarnos algún que otro claro de sol. Nos tumbamos sobre la hierba, comimos pan y queso, justo al lado de un riachuelo y de un rancho donde secaban las pieles de cordero al sol. El tiempo nos cubrió completamente, y tranquilos regresamos a calentar mate y un poco de sopa para la cena.

Río Baker y sus caudales… mi cabeza no dejaba de repetir esta estrofa, que por cierto, es la única que recuerdo de la canción de Ángel Parra. Así fue el camino hacia Cochrane. El Baker, sencillamente es un río que impresiona y parece que sus corrientes te revuelven el alma.

Había momentos en que era incierto saber hacia dónde corrían sus aguas. Seguramente, algún amigo chileno lo habría explicado con una frase del tipo “tremendas corrientes…” yo simplemente me dejaba marear por sus turbulencias durante el camino. La Patagonia siempre me recuerda a la primera vez que subí a un avión. En el trayecto de Santiago de Compostela a Barcelona no aparté ni un momento la cabeza del orificio de la ventana. Esa misma sensación de fascinación me ocurre aquí. Cada segundo tras la ventana de un coche/autobús te ofrece un cuadro excepcional de este mundo.

A la llegada a Cochrane, todos esos pueblos por los que había pasado hasta entonces perdieron un poco de sentido. En Cochrane se respiraba un ambiente sosegado, como un soplo de libertad y tranquilidad que nutría después del viaje.

Al día siguiente viajamos a Caleta Tortel, en parte acompañados por la voz de Tamara y de tantos otros que definían este modesto, pero turístico pueblo como “la raja”. Durante el camino jugamos, serpenteando nuevamente con el Baker, acompañándolo finalmente hasta el reposo de su cauce en el fiordo.

Caleta Tortel nos esperaba lluviosa. La carpa plantada en la playa sufrió incesablemente de esta lluvia, de la misma manera que lo hacía nuestro ánimo por seguir en aquel lugar con aire vietnamita. En cuestión de una hora protagonizamos la mayor huída llevada a cabo en ese pueblo; por bonito que pueda resultar.

Regresamos al oasis de Cochrane dispuestos a tomarnos unos días viviendo de la tranquilidad. En el mismo hospedaje, encontramos esta vez a Lucila, una adorable mujer de 81 años que toreaba de forma incansable con los turistas y visitantes y lanzaba estocadas afiladas si éstos eran israelitas, por lo general no muy bien vistos en estas partes.

Por lo que respecta a nosotros, cabe decir que de habernos quedado un par de días más, esta mujer nos habría adoptad como a nietos (sobretodo a Annita). El discurso de Lucila se movía entre la simplicidad de las cosas tal y como son y un cierto desvarío que resultaba ser mentira. Esta gran mujer tenía las cosas claras y a partir de aquí gesiona todo lo demás. Nos despedimos de ella y hasta el final mantuvo su posición de arrendataria de piezas de su hospedaje, aún así esta mujer ha quedado marcada en los recuerdos de este viaje.

Chile Chico quedó solo como un trámite; reencuentro con Aimar y un niño que jugaba en el bus hasta quedarse rendido. Sin más mérito cruzamos la frontera hacia los Antiguos; eso si, después de una larga espera en a frontera chilena.

Perdimos el bus que nos llevaría hasta El Chaltén y por ende a los pies del Fitz Roy, en el parque nacional de los glaciares. La única opción era rodear la patagonia argentina para volver a subir. En un segundo los planes cambiaron de la misma forma que ocurre en el escenario de un teatro. La improvisación nos llevó a cruzar del Pacífico al Atlántico, del culo al fin del mundo, rumbo a Ushuaia.

Aysén había quedado atrás y así lo demostraban los paisajes. El verde se cambió por el marrón, los inmensos y frondosos bosques por matojos que no se alzaban más que hasta la altura de los tobillos, las montañas majestuosas de los Andes por las inmensas llanuras de la pampa y los innumerables ríos por nada…

La pampa ofrecía la dureza y la fuerza de los sitios olvidados y también la magia que ofrecen los desiertos. Eso si, nunca en la vida he visto un cielo como el de la pampa. Ese cielo parece caer como una pesada losa sobre la tierra y en medio no cabe nada, ni tan solo un árbol. En 360º el horizonte lo marca el cielo, no existe nada alrededor más que algunos guanacos y algunos menos ñandúes. También de vez en cuando, al pasar cerca de alguna pequeña laguna se podían ver flamencos.

El viaje al fin se acerca al fin del mundo. Una barcaza se encarga de cruzarnos por el Estrecho de Magallanes; de repente mi cabeza empieza a alejarme de la tierra para hacerme consciente de en qué lugar del mapamundi estoy.

En el estrecho, una especie de orcas en miniatura llamadas toninas overas nos acompañan, juguetonas con las olas; más tarde unos pocos pingüinos se bañan donde el Pacífico y el Atlántico comparten aguas.

Debo reconocer mi simpatía ante los pingüinos. Estos torpes animales me provocan cierta ternura y me encantaría abrazarlos y estrujarlos. Soy consciente de que esta simpatía no sería mutua.

Última frontera Tierra de Fuego, Antártica e Islas del Atlántico Sur. El mar y el viento soplan furiosos. Las antenas se apoyan en una infinidad de cables para no ser tumbados por esta furia. Desde aquí pienso en ti, Antártica. Nadie dijo que fuera fácil y es que nunca he estado tan al sur del mundo.

Ushuaia, básicamente es un producto comercial. No pretendo restarle importancia al lugar; es bello y está donde está, pero lo valiente no quita lo cortés; es un lugar caro que recuerda a Andorra la Vella pero con mar.

Justo enfrente de Ushuaia se encuentra realmente la población más al sur del mundo; Puerto Williams. Los argentinos mucho más listos para aprovechar sus recursos venden la palabra “Patagonia” como algo suyo; lejos de la realidad chilena donde los patagones sienten la Patagonia como una unidad. En Argentina la Patagonia se vende, en Chile la patagonia se vive y se siente.

De toadas formas, dentro de la Patagonia, yo me quedo con mi verde, lluviosa, fría, salvaje región de Aysén. Creo que nadie podrá jamás alejar esa región de mi corazón.

Ushuaia es una ciudad de nombre maravilloso, lugar dinámico sobretodo encarado al turismo. Como turistas que somos no pudimos más que rendirnos a alguna oferta: navegar por el Canal Beagle, justo por donde alguna vez pasó Fitz Roy llevando como tripulante a un joven llamado Charles Darwin. Durante las 5 horas de navegación el barco paraba en diversas islas y allí nos esperaban para ser fotografiados los lobos marinos junto a una bandada de cormoranes. Estos últimos apenas llamaron mi atención, sin embargo los lobos eran impresionantes. Creo que pocas veces he visto a un bicho tan feo y tan seboso como un lobo o león marino. De todas maneras esa grandeza merece toda admiración del mundo.

Seguimos navegando, el canal tiene cierta magia, es un paso aún más al sur que une el Atlántico con el Pacífico. Sus aguas son oscuras y heladas, llegándose a mezclar con el mar que baña la Antártica. El barco para el motor y se acerca lentamente a otra isla. Cientos de tipos bajitos vestidos de frac retroceden torpemente hasta topar con su curiosidad. Otros indiferentes, buscaban procrearse detrás de una rama. Se bañaban, salían del agua, miraban y se besaban fugazmente. Después de todo me quedó la satisfacción y una frase en mayúsculas: ¡¡HE VISTO PINGÜINOS!!

La Antártica al alcance. El dinero compra cosas que muchas veces no nos podemos imaginar. Una de estas cosas es pisar la Antártida. Creo que mi bañador Hawaiano desentonaría bastante con el entorno y por eso no fui.

Aimar: ¿has pensado alguna vez meterte los pies en los huevos?

sábado, 2 de enero de 2010

En el sur del mundo

En el sur del mundo las flores crecen en ramos que cuelgan boca abajo. Las espuelas se clavan en el alma bajo el son de una cueca y así, danzando coqueta, el cielo se llena de ráfagas blancas bajo la luz de los pañuelos.
En el sur del mundo las nubes se funden en el suelo y el sol tímido abrasa los cuerpos parados, "al palo", como si de un vulgar chiporro se tratase. La fina lluvia va bañando suavemente las caras, pinzando los quehaceres del tiempo, que está tumbado boca arriba.
En el sur del mundo el viento limpia las patrañas de una vida pasada, mientras peina a su antojo los sueños del porvenir.
En el sur del mundo la aceituna, negra como la esperanza de un mundo sin sueños, siempre queda al final de una empanada con suave aroma a cilantro y calafate, justo antes del duro pico que deja a la muerte bañada en un carmenere embustero, que endulza a su vez un último trago que te dedico a ti.
En el sur del mundo las palabras no tienen respuesta, mientras quiero pensar que todo ha sido mentira.
En el sur del mundo el silencio se hace pesado, mientras culmina el entusiasmo de las nuevas ideas preñadas de aroma radical.
En el sur del mundo el humo se confunde entre trastos de otro siglo que parecen haber salido directamente del jazz que suena por un envolvente altavoz.

viernes, 1 de enero de 2010

Todo lo que no tengo

Tengo un bolígrafo verde, una libreta de viaje recién empezada, unos calcetines que ya tienen agujeros, tremendos boquetes por donde tímidamente asoman mis dedos; pero no me avergüenza. Tengo también un sombrero por usar y un computador por jubilarse.
Tengo un armario demasiado grande, una ventana que chirría y una cama desecha. Tengo jeroglíficos en los brazos, palabras que ni yo mismo entiendo.
Tengo un saco donde guardo de todo, de donde entran y salen momentos... Tengo una chapa que me delata, que quizá explica más de lo que quiero, pero ella es así.
Tengo un Van Gogh en la pared, una puerta con paño rojo, un par de muñecas que cuidan mis sueños y una almohada que me está matando.
Tengo ceniza en el suelo, telarañas en las bisagras y un techo que se cae a trozos. Una foto que se resiste, un perrillo que no encuentro y algunos libros por leer.
Tengo un desfase en el tiempo, un montón de ropa sucia, dentro de una bolsa en el armario.
Tengo unas voces en la cabeza, un calendario de la panadería de al lado y una jarra de cerveza vacía.
Tengo un proyecto para el fuego, un mate que no descansa, para mí sólo y una llamada sin contestar. Tengo uvas en la mesa, campanadas en la tele, pero no es fin de año todavía.
Con todo lo que tengo voy a dibujarme un sueño, con todo lo que tengo desearía sentirme afortunado.