Arranca mi odio, destruye la maldita poesía; si todo está tan bien cuando creamos miles de estrellas fugaces a ras de suelo.
Casi se desgarra el silencio en ese hueco que palpó mi mano. Casi ya he perdido el miedo, el miedo a equivocarme; como Valle-Inclán: "soñé laureles, no los espero".
Soñé laureles, no los espero. Y la culpa, cada día es menos. No debería ser yo a quien le pasa todo esto; no debería... Que yo miré las estrellas, las que pude entrar en mi cuarto; que yo miré las estrellas aunque el cielo andara nublado.
Y aún mil vueltas y un insomnio no pudieron con tus labios... en este lugar dormido, bajo la efímera contingencia, donde cada vez nos reímos más del miedo; donde tímidamente nos vamos muriendo.