viernes, 25 de febrero de 2011

El arte contemplativo de cazar sombras en el rellano

Me encontré en el rellano, mirando a mi alrededor, donde las sombras y las luces ni siquiera habían osado existir. Me presenté ante el Sol y después ante la Luna. Hurgué con palos secos las grietas de una tierra envejecida, pero no sirvió de nada, ya que nada había. A lo sumo comprendí que aquello era todo cuanto podía obtener; una pequeña sombra producida por la arruga de un tiempo de secano. 

Días de bagaje y mil ideas que habían dejado de fluir se acumularon en mi cabeza. Hubiera preferido dormir si me hubiera sido posible, pero las sombras y las luces jamás te decían la hora. Soñé despierto con calor, con caricias, pero ni soñando salía airoso del asunto. Las caricias se retiraban: primero un dedo, después otro, y así sucesivamente hasta palpar el aire que te envuelve. El calor se fue con la misma fuerza con la que entró el frío de saber que acariciaba un vacío.

Alguien me dijo que la felicidad era correr por un campo con un palo, sin sentido. Yo me encontré con un palo, pero sentado en un desahuciado desierto donde las sombras y las luces ni siquiera habían osado existir. Creerme cuando os digo que tampoco encontré un sentido a esto.

Si existe un creador, ese dios de las pequeñas cosas, aquí se olvidó de poner algo.