miércoles, 7 de abril de 2010

Con mis botas de siete leguas

Con mis botas de suela gastada. Con mis botas de siete leguas caminé por prados, ciudades y montañas. Deambulé por sueños, alegrías y tristezas. Grité soledades en medio de un desierto blanco, donde el cielo se refleja en la tierra.

Vi nubes al alcance de la mano y unos Andes imposibles. Cambié guanacos y huemules por llamas y bicuñas. Cambié la paz de un convento por la paz que sobrevive en la nada. Paredes de sal que se alzan como ladrillos en el viento; y miles de colores que se tejen en un lienzo magnífico que tan solo es un mantel.

Se agotó la última yerba que quedaba, y con ella se agotaron momentos pasados. Un último mate para vos. Mariposas enormes que se posan en el pecho y un "¡agárrala, agárrala!"  pronunciado por la kiosquera. Mariposas enormes que se posan en el pecho y poco después, como sombras chinas, se desvanecen en el viento.

De la riqueza a la pobreza, del cristal de venecia a los niños con la boca verde, de mascar coca, del Potosí hay poco trecho; y sí, yo también soñé Potosí. Que la Pachamama nos atienda y que el Tío no nos guarde rencor.

Bocas llenas de coca y cajitas de piedras que una niña vende; tan pequeñas como la esperanza y tan pesadas como para no dejar volar los sueños de prosperidad.

En la gran planicie de sal, por suerte, los pensamientos se suceden como el horizonte: un encefalograma plano comprado con dinero.

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