Llegó el día en que un hombre empezó a dar vueltas y no paró por complicado que parezca. Llegó el momento en que ese hombre empezó a creer en sí mismo; pero de nada sirve luchar ahora por su vida.
Yo mientras tanto miraba de reojo y puse mi pluma a tu servicio, después de volverla a cagar, otra vez. Siempre me negué a desaparecer junto a la Cruz del Sur.
Y así, sin más, vivimos sin complicarnos; el hombre que empezó a dar vueltas y yo. Sin dosis diarias de felicidad, sin andar descalzos, sin seguir siendo eternamente jóvenes, sin obstáculos, sabiendo quienes somos, descubriendo a cada vuelta el exclusivo poder de la belleza que nos falta y no viendo más.
Desafiando a la aspereza de aquello tristemente habitual y previsible, aunque vivamos de eso. ¿En qué momento se equivocó el hombre que empezó a dar vueltas? ¿En qué momento me equivoqué yo? ¿Cuándo fue la primera vez que aceptamos un “no puedes”?
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