martes, 1 de junio de 2010

Tocando el charango como si fuera un ukelele

Al cerrar la fría y oxidada verja de  mis ojos, recordé que me había dejado a mi mismo olvidado fuera, como el que se deja las esperanzas colgadas de la silla de algún bar y cuando ha dado dos pasos en la calle recuerda que le falta algo.
Vanamente alcancé a llorar cuando los relojes me gritaron que no estabas y fregué algunos recuerdos con ahínco, sombreando fotos donde no queda nadie. Es cierto, una vez, cansado de esperar, un retrato se fue y la foto quedó vacía.
Podemos buscar soluciones; abriré la verja para ver si sigo ahí, al otro lado. Miraré también que no haya pasado hambre y que el tiempo me haya acompañado durante este minuto. Al girar la llave y el pomo, un ruido rompió la noche. Cuando asomé la cabeza tan sólo vi una sombra fugaz que giraba la esquina.
A oscuras nos encerramos mi recuerdo y yo. Yo me encargo de accionar una tenue luz roja, mi recuerdo sólo aguarda. Durante unos segundos lo ilumino con cariño y precisión suiza, y mi recuerdo queda cegado y casi siempre cierra los ojos. Ahora lo pongo a bañarse. Primero aparece, y yo me encargo de recordar ese recuerdo; poco después agua y vinagre para recordar también el sabor; finalmente el recuerdo queda fijado. Lo olvidaré hasta la próxima vez que lo vea.
Corrí detrás de mi, esperando que me perdonara el descuido. Me alcancé un par de cuadras más allá y hablamos durante horas: de la vida, de las cosas que nos habían pasado, de los momentos felices y tristes, de las caras, de los cuerpos y de cómo habíamos cambiado. Rehusé volver a entrar en mis ojos de nuevo, así que allí nos separamos. Seguiré perdido en alguna parte del mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario